ALGUNOS LIBROS Y YO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Hay libros de libros y cada uno se trae lo suyo. Con ellos me ocurre lo que con las personas: calan más o menos, perfilan en otros la silueta de su propia savia o vuelan en pedazos gracias al vacío o la nadería que llevan entraña adentro. En fin.

    Cuando pongo el pie sobre la primera línea de algún libro el horizonte hace de las suyas. Es un espacio que te traga y al tragarte te escupe o te vomita o te alimenta y te asimila. Tú verás. Se trata de experiencia única y por única entiendo aquí esa capaz de hacerse irrepetible. Un libro es un libro pero es más, bastante más, lo cual asegura que abrirlo trasciende el hecho de apenas desplegar sus folios. La cosa se complica, evidencia implicaturas donde serás el gran protagonista.

    No sé si me explico pero sigo en el intento. El libro que llevo entre manos, pongo por caso, cuenta la realidad del mundo considerada a partir de nuevos ojos. Realidad sistémica, o compleja, la llama el autor. Importa poco meterse en los pliegues de la cuestión, de la trama libresca, aunque las rasguño sólo para decir que Fritjof Capra da un buen golpe sobre la mesa, es decir, marca a mi juicio la impronta que a medida que se profundiza deja en mí un sabor particular.

    Otros libros, de tenores diferentes y de índoles incluso contrarias repercuten de igual manera. Recuerdo que en el caso de Cortázar, leer “Bestiario” o “Todos los fuegos el fuego” supuso hacerme blanco de una personalidad -personalidad en la forma de narrar- que pudo instalarse como se instala un cuerpo en un sillón, en una habitación confortable, en un medio que acaba por abrazarla en su totalidad. El sillón, la habitación, el medio que abraza, claro, soy yo mismo, permíteme decirlo de una vez.

    Un autor, un creador como los que me gustan deja en su obra -en algunos de sus textos cuando menos- la impronta de un mundo reflejado en cada folio. De ese mundo, si llegas a respirarlo, a transpirarlo y compartirlo queda la cicatriz de una explosión que hizo al dedillo su trabajo. Como no escapaste en su momento eres ahora hombre muerto, presa engullida para siempre. Si en la literatura existe algo de magia, que la hay, por aquí he tomado la punta del hilo que ella implica, por aquí he intentado razonar sus métodos de hechizo y caza.

    Cada obra literaria exuda una realidad y un clima propio vinculado al soñador que le dio luz. Vinculado, sólo vinculado porque la obra literaria vive por su cuenta, ganó soberanía e independencia, así que hasta aquí el nudo con el escritor. De Paul Auster, por ejemplo, manifiesto lo propio en función de lo anterior: sus criaturas masticaron y trazaron al lector que fui, de modo que con ellas basta, cumplieron la tarea de detonantes, han sido el cajón de TNT barrido sin misericordia por el fuego.

    Si eres víctima de semejante encantamiento ocurre lo que por elemental lógica cabe predecir, nada menos que navegar viento en popa, a toda vela por las aguas de una dimensión que se abrió de cabo a rabo. Todos los guiños suceden, todas tus pisadas calzan en ciertas huellas, todos los sabores inundan tus papilas. Así avanzas y así vives, sabiendo entonces que literatura y vida no son compartimentos estancos ni ámbitos mutuamente excluyentes sino justo lo contrario. De esta forma, libro en mano y según las municiones que lleve en las alforjas, cuando me aproximo a la palabra fin siento la morriña, la nostalgia, la pena de las despedidas. Es que cada autor es por completo único y cada libro resulta irrepetible.

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