HISTORIAS DEL DÍA A DÍA
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Así como los escritores proyectan vidas sobre el papel, yo las invento a diario en medio de las calles. Es una costumbre que lleva años, desde el día en que, aburrido, vi en la gente no el ir y venir de un colectivo haciendo diligencias, paseando o yendo de un lugar a otro por motivos de trabajo, sino el hecho fascinante de formar parte de una historia cuyos hilos movía yo a placer desde la acera.
Me explico: alguna vez imaginé que esa mujer saliendo de su casa, sonriente y dispuesta a devorarse al mundo, en verdad huía luego de asesinar a su marido. Y aquel chico que abraza y besa a su padre (¿es su padre?) mientras en un segundo plano esa niña (¿acaso la hermana?) observa como si nada, en realidad hace las veces de Judas Iscariote en pleno siglo XXI. Traiciona a alguien sin lugar a dudas, es decir, otra vez la historia mordiéndose la cola. Conclusión: de niño aprendí a mirar los guiños que se cuelan entre escenas de transeúntes, al punto de que hoy por hoy llego a descubrir secretos, verdades ocultas, información clave usando el método infalible que, modestia aparte, me enorgullece haber creado desde que usaba pantalones cortos. No hay mejor teatro que las tablas de un café, de un mercado, de una zapatería. La vida ofrece estrenos a cada instante, actuaciones únicas, respuestas confinadas a permanecer bajo tierra y si te pones a ver, lo cierto es que no hay por qué resignarse a los enigmas que saturan la existencia. Caminas por ahí, observas cómo el heladero tiene que ver con la cajera de la panadería, cómo la carambola entre ellos dos y la chica que justo en ese instante pide su jugo mientras enciende un cigarrillo perfilan el entramado que, si hurgas bien, da la llave para resolver interrogantes que te hacen la vida de cuadritos. Tienes la ventaja de que en semejante perfomance eres guionista, a veces actor, y por supuesto director.
Un número cualquiera vislumbrado a través de una ventana, unas caricias en medio de la noche y a la luz del poste en un banco de la plaza, un drama entre amigos que charlan en el bar, eso y más ofrece el proscenio cotidiano que supera con creces tanto grupo malo empeñado en montajes que jamás valdrán más que un mediocre intento. Así es, el día a día vomita sus enigmas, pone ante ti las marquesinas de su puesta en escena, revela sus entrañas sólo con saber leerlo.
Leer, de eso se trata. La gente lee en clave de escuela, pobrecitos, en modo académico tipo negro sobre blanco. Yo leo a fuerza de situaciones irrepetibles que las circunstancias develan enfrente. Leo gestos, intenciones, relaciones, y noto las costuras que vinculan al gato que mueve la cola mientras el dueño le acaricia el lomo con el último crimen ocurrido en la ciudad. Entonces meto mano en las respuestas. Hay quienes entienden la borra del café, las cartas, el iris de los ojos, el tabaco. Pamplinas. Yo entiendo el teatro que te aplasta a diario y eso basta para ver las cosas desde la otra orilla.
Haz el intento y verás. La próxima vez que salgas a la calle mira al tipo del kiosco y fíjate cómo el diálogo con la señora que le pide una revista escupe la solución al problema de la bolsa. Te darás cuenta de que ese otro chiquillo, cuando mete un gol luego de cobrar la falta, en verdad pateó la explicación que termina por saltarte al cuello. Gritarás eureka, lo juro. Hazlo, hazlo y otro día me cuentas. Feliz fin de semana.