Ética y Política

Artículo Inédito

por

Mariano Nava Contreras
Twitter: @MarianoNava

 

En el canto IX de la Ilíada se documenta lo que quizás fue la primera negociación diplomática de la historia: las embajadas a Aquiles. Todo comienza cuando el viejo Crises, sacerdote de Apolo, se llega hasta las carpas griegas para suplicar la libertad de su hija Criseida, que permanecía como esclava del rey Agamenón. Crises lleva un valioso tesoro a cambio de su hija, pero Agamenón no solo desprecia el rescate, sino que echa al sacerdote de mala manera: “Que no te encuentre yo, viejo, cerca de mis naves porque demoras tu partida, pues no te valdrán las ínfulas del dios. A aquella no la soltaré, sino que antes le llegará la vejez en mi palacio, trabajando en el telar y compartiendo mi lecho”. Crises se marcha humillado y entristecido. Entonces ruega a Apolo venganza: “Óyeme tú, que llevas el arco de plata: ¡que paguen los griegos mis lágrimas con tus flechas!” Cuenta Homero que durante nueve días cayeron sobre los aqueos emponzoñadas saetas disparadas por el dios, ocasionando una peste mortal.

No hay que hacer gran esfuerzo para imaginar la alarma que de inmediato se levanta. Aquiles, guerrero principal, convoca el consejo de los caudillos y es al adivino Calcante a quien toca revelar el maligno portento: la mortandad es causada por Apolo, que ha suscitado una peste enojado por la humillación de que ha sido objeto su sacerdote Crises. La única forma de que el dios deponga su ira es que Crises sea reparado con la devolución de su hija. Agamenón accede, pero sospecha que todo es una trampa de Aquiles para menoscabar su autoridad. A cambio entonces anuncia que tomará a Briseida, esclava de Aquiles, como compensación. Es demasiada afrenta para el mayor de los guerreros, que hubiera matado a Agamenón si la misma Atenea no le hubiera sujetado la espada. Decide, entonces, retirarse de la lucha, sabido del inmenso daño que con esto hará al ejército griego. “Algún día los aqueos echarán de menos a Aquiles” -grita a la cara a Agamenón- “y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerles cuando sucumban”.

Las bajas no tardan entre los aqueos y la guerra comienza a inclinarse a favor de los troyanos. Se reúne el consejo de los griegos, que decide pedir a Aquiles que vuelva al combate. Para ello designan una comisión de tres caudillos principales: Fénix, Áyax Telamonio y Odiseo, todos muy cercanos a los afectos del guerrero. Fénix había venido con él desde su patria, Ftía; Áyax era su primo querido, el más valiente guerrero después de él, y Odiseo era el orador más persuasivo, que a todos convencía con razones y ardides incontestables. Llevan además regalos sin número y le ofrecen, claro, devolverle a Briseida. Aquiles podrá además tomar como esposa a cualquiera de las hijas de Agamenón. No lo convencen, y el guerrero pagará cara su tozudez, aunque esa es otra historia.

Pero volvamos a Agamenón, que aguarda impaciente en las carpas por el éxito de la misión. ¿Acaso ha recapacitado y se ha percatado de la injusticia cometida contra Aquiles? ¿Qué es lo que le impulsa a buscar ahora la reconciliación con el guerrero? ¿Acaso no es la convicción de que lo necesita para ganar la guerra? ¿De que, efectivamente, sin Aquiles no podrá nunca tomar Troya? Sin duda lo que lleva a Agamenón a tratar de negociar el retorno del guerrero no son consideraciones éticas ni filosóficas, sino necesidades mucho más pragmáticas y concretas. Lo que, mucho tiempo después, a von Bismark le dio en llamar la Realpolitik.

Me pongo a pensarlo y creo que fue Aristóteles el primero en teorizar acerca de las relaciones entre ética y política. Y lo hizo de forma brillante, como todo lo de él. En la Ética a Nicómaco, Aristóteles dice que la ética busca lo mejor para el individuo, y que lo mejor, todos estaremos de acuerdo, es la felicidad. “Ética”, recordemos, procede de la palabra ethos, “costumbre”. Parece lógico pensar que las costumbres humanas están orientadas hacia la felicidad de los hombres. Aristóteles era, digamos, nieto filosófico de Sócrates. También pensaba que lo que la ética buscaba a nivel personal, la política lo buscaba a nivel colectivo. Esto es, la felicidad humana a través de la razón. En ese sentido, la política no era sino una especie de prolongación de la ética. Ética y política vendrían a ser, digamos, esencialmente lo mismo. Ambas comparten la misma aspiración, el mismo objetivo.

Aunque ya Jesús nos había advertido, cuenta Mateo, de que “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, es decir, que la verdadera felicidad del hombre está en el cielo y no en las cosas terrenales, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que alguien como Maquiavelo se atreviera a decir que la política no tiene nada que ver con la ética. Para Maquiavelo, política es saber del poder, no de la felicidad. La única preocupación que anima la acción del príncipe es la de retener el poder a toda costa, aunque eso, lo sabemos, no siempre se logra por métodos muy éticos que digamos. Para Maquiavelo, ambas acciones de Agamenón, la de humillar a Aquiles arrebatándole a su esclava y después suplicarle que vuelva a la guerra, se justifican perfectamente desde el punto de vista del ejercicio del poder y no son contradictorias. Ahora que lo pienso, creo que Agamenón y Maquiavelo se hubieran llevado bien.

 

Mariano Nava Contreras

@MarianoNava

 

 

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