PATAS ARRIBA

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

 

Me cuenta el dueño de una librería-café recién estrenada en la ciudad un asunto que termina por ponerme los pelos de punta.

A veces cuanto imaginamos se ubica sobre la línea de flotación de eso que llamamos realidad. Yo, que ando por la vida buscándoles cinco patas a los gatos, sé bien de lo que hablo, por lo que te juro que si poseo algo para rato es mi capacidad de asombro. Andar buscándole la quinta pata al gato supone cuando menos darse de bruces con lo extraño, con lo agarrado por los pelos, con lo jodidamente increíble, y no siempre para bien.

En una ciudad donde no sobran las propuestas a la hora del hecho literario, de la plástica o de la música, mi amigo invirtió dinero, energías y tiempo en una librería distinta. Mi amigo se atrevió con un café-librería que es también un sueño a base de deseo porque otras cosas pasen, relativas a la creación, a la poesía, al arte por donde metas el ojo, en fin.

Su idea cuajó en un espacio magnífico para el encuentro, el abrazo, la conversa, donde es posible tomarte un café o empinarte una copa mientras hojeas algún libro y al fondo suena el último disco de tu banda preferida -el libro lo compras o no, te lo llevas o no, pero siempre queda la posibilidad de echarle un buen vistazo, incluso de leerlo ahí mismo si te sobran tiempo y ganas-. Lo cierto es que mi amigo apostó fuerte: lo menos fácil si se trata de ganarse unos centavos, cuestión de vida o muerte si pretendes labrarte el pan de cada día. Pero hubo fortuna, o buena suerte o qué sé yo. Su idea cuajó, como lo dije arriba, de modo que las cosas marcharon rumbo a horizontes más abiertos, cálidos, prometedores.

Hasta que ocurrió lo que colinda con el disparate. Pasó lo que  tiene que pasar si el realismo mágico comienza a chorrear por los poros de lo cotidiano. Tenían razón García Márquez, Carpentier o Úslar Pietri: aquí no hay que inventar el universo patas arriba porque éste se construye a sí mismo, brota en los árboles, sucede desde la normalidad monda y lironda. Ocurre que un buen día la librería fue denunciada a las autoridades por un vecino purista, uno de esos individuos salidos de un cuento sombrío, gótico por todos los costados, para quien una metáfora, un párrafo connotativo o un sencillo verso libre son el enemigo, el infierno, sinónimos de perdición.

La librería fue señalada, acosada y por último multada, porque en ella se leyó una noche poesía. Sí, cáete de la silla, levántate, sacúdete el polvo y créetelo. Ahí se leyó poesía, se celebraron cánticos en honor a Neruda, a Machado, a Szymborska, a Montejo: alguien tomó la palabra, dejó en el aire su pulsión erótica, o su nostalgia por otros momentos y otras tierras, y así. Entonces el cancerbero de la libertad, la inquisición estúpida que respira en pleno siglo XXI  levantó sus orejas y apuntó, tirando del gatillo.

Que un lugar donde reinan la literatura, la música, la charla y las ideas termine nada menos que con una multa elevadísima por la razón de que micrófono en mano se lanzaron poemas al viento, porque la poesía erótica dijo presente, porque las palabras culo o semen o tetas atravesaron el aire sin alcabalas de por medio, es cuando menos una aberración. La realidad saltándose a la torera los más elementales gestos en favor del espíritu libre, de la civilización. Un mundo a contrapelo de la humanidad, que es, dime tú si no, por supuesto y sobre todo arte, belleza, experimentación, apuesta por lo que en verdad vale la pena y ruptura constante. Eso: ruptura a cada instante. Pero otra vez alzó cabeza la policía del pensamiento, a la vuelta de la esquina, haciendo de las suyas. Otra vez y aquí no ha pasado nada. Hija de la gran puta.

 

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