EL MERCADER DE FANTASÍAS

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

 

Toda vida humana es ella misma, con el añadido de que hay otros capaces de enriquecerla o lo contrario. Vivir es una exploración constante, un hacer que trasciende el hecho particular de tu aquí y tu ahora, por lo que vivir pasa a ser una experiencia compartida.

De adolescente me dio por pensar en cuestiones como éstas, todas ellas cogidas por los pelos según la apreciación tajante de un amigo quien, oídos mis argumentos, calificó el asunto como de estricto delirium tremens, sin considerar el pobre que apenas tomo una cerveza cuando el calor aprieta o a lo sumo dos copitas para ciertos brindis de rigor.

Pero decía arriba que echarse en brazos del vivir supone ir más allá de tu parcela, de ese mundillo cuyas cuatro paredes olfateas a diario e incorporas sin duda a tus posesiones absolutas. Por eso vivir, lo que se dice echar brazadas en el océano de la existencia, ocupa de cabo a rabo lugar clave en la condición humana. “Vivo, luego existo”, y así, de modo que patear las calles, hurgar el mundo, cabrearse o no en función de lo que se nos pone enfrente y procurar adrenalina lanzándonos al vacío con una cuerda amarrada del pulgar hace honor a cuanto vengo refiriendo.

Entonces verás: hay quienes donan un riñón, el corazón o las orejas y no pasa nada, cosa más normal, dime tú si no. Lo que uno da, con conciencia del asunto y a plena voluntad, suma, multiplica, hace crecer, expande el horizonte que en caso contrario permanecería limitado por el corset de sólo posibilidades rígidas, cuadriculadas, una especie de hasta aquí imposible de ensanchamientos so pena de caer en la más pura fantasía, imaginación digna de escritores, soñadores, locos o iluminados. Vaya mundo el que nos ha tocado.

Yo, lo que soy yo, apenas doy un paso más, y al darlo vuelvo a mis años adolescentes cuando encontré la solución para mandar al tacho de la basura un sinfín de círculos cerrados, formas de estrechar, de ahorcar, de aplastar siempre eso que llamamos vida, experiencia, amplitud de pareceres y demás cuestiones por el estilo.

Así como Joaquín dona la córnea a Luis Ramón, así como Laura termina por cederle el pulmón a María Clara, no sería nada desdeñable ofrecer alegrías sin parangón, emociones de puta madre y hasta orgasmos que para qué te cuento a quien tenga a bien solicitarlos. Un transplante de experiencias, tal cual, con el beneficio adicional de evitarte el salto a veinte mil pies de altura, pongo por caso, de darle un manotazo a esa selfie con la cabeza metida en las fauces del león o de convertirte en filetitos, zas, zas, haciendo tiburoning en las aguas del Caribe. Joder, y todo esto lo concebí a los dieciséis.

Un aparato que facilita el intercambio de vivencias. Una máquina -tuercas aquí, manivela por allá- hecha a la medida de esa expansión que necesitas, adaptada al gusto, anhelos, manías, patologías de todos los pelajes. Imagínalo un minuto, saboréalo como te dé la gana. Inúndate la lengua, baña las papilas, revuelca entre las muelas, encías y velo del paladar las consecuencias de tamaña realidad, dimensión o como diablos se diga, a la hora de repensar el bicho humano que vas siendo, desde el rastrero y cochino placer hasta sus más profundas reverberaciones ontológicas.
¿Te apetece? A qué sí. Jejeje, un nuevo modo de exprimir eso denominado existencia, como dirían en una propaganda de la tele.

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