EL ARTE DEL ABURRIMIENTO

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

Lo ves y no lo crees. Hay gente jurando que las cosas raras pasan al otro lado del planeta, a años luz de distancia o en confines dignos de ensoñaciones calenturientas. De ningún modo, Cuasimodo. Tengo un amigo que no se aburre nunca. Así como lo lees, cada día silba y sonríe feliz, divertido hasta las entrañas, loco de atar como Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia. Cosa más rara, camarada.

Y no es que semejante condición se dé del cerco de los dientes para afuera, como decía Homero (no Simpson sino el otro), qué va. La diversión y el cachondeo nacen en plenas cavernas de su yo, es decir, que la felicidad y la alegría bañan su minutero dándole la espalda a todo límite, a todo espacio, a toda negación del displacer, mira tú cuánta rareza propinándome un batazo en la nariz.

Mi amigo, que no tiene un pelo de teórico -literariamente hablando es un hombre poeta, porque ensayista ni en broma-, ha realizado considerables esfuerzos por responder a cabalidad cuanto pregunto, frunciendo el ceño y rascándome la cabeza, a propósito de técnicas para patear la abulia, el tedio, la lata que sabemos son los días cuando aprieta el hastío. Entonces, como si nada, desde una frase solemne parecida a un templo cuenta que el secreto está en la entrevisión.

Me deja de piedra, me pregunto si el hijo de puta me está tomando el pelo. Siento ganas de orinar y voy al baño y en el espejo observo el rostro de un bolsa redomado.  ¿Entrevisión? ¿Qué coño es la entrevisión? ¿De veras tengo, muestro, porto, correteo por la vida con la cara que escupe el azogue desde la pared? Pienso, luego existo, sostenía aquél, frase que en momentos así termina insuflándome una llamarada de terquedad mulera, así que me detengo un instante, busco la calma, respiro, tomo asiento, doblo el codo y asumo la irrevocable decisión de reflexionar, sí, como el mismísimo Dante en la escultura de Rodin.

Nada. Niet. En lo absoluto. No sucede nada de nada por más que piense y piense y me rebane los sesos buscando. La entrevisión, joder, la entrevisión -menudo chiste, digo para mis adentros-. Pero como pensar no es un acto únicamente consciente ni únicamente intelectual, tiempo después, cuando casi había dejado la cuestión a un lado, me llama la atención cierta frase  que al voleo hallo en Dublinesca, novela de Enrique Vila-Matas que hojeo en este café donde me encuentro.

Mira qué belleza: “Nada nos dice dónde nos encontramos y cada momento es un lugar donde nunca hemos estado”. Página sesenta y tres, Seix Barral, Biblioteca Breve para más señas. Me da por suponer que la escurridiza entrevisión tiene que ver con este párrafo que me re volotea en las meninges. Se hacen carantoñas, se encuentran y se abrazan, qué sé yo. Si la fulana entrevisión cobra un poco de sentido al tropezar con su paralelo literario, yo entreveo entonces que el enigma comienza acaso a hacerse menos denso. Hay que ver -me digo ahora- los recovecos que a veces damos para saltar de A y caer en B. La vida sabe poco de líneas rectas, de atajos, de trucos o vueltas de tuerca para llegar antes.

Repito hasta el cansancio que el bueno de mi amigo nunca se aburre. Aburrirse para él es un arte que no ha pretendido nunca dominar, y con razón. Qué cabronada tan sutil e interesante, y remato añadiendo que qué cabronada tan simple, tan sencilla, tan ajena a confusos entramados o a nebulosas disquisiciones filosóficas. Es que “nada nos dice dónde nos encontramos y cada momento es un lugar donde nunca hemos estado”. ¿Lo ves?, ¿lo entrevés? Yo, lo que soy yo, intento meterme entre pecho y espalda tal cuestión desde el instante en que me di de bruces con la frase en la novela pero sostengo con tristeza que he fracasado hasta ahora. La sencillez de una sentencia como ésa no implica compresión de facto o cosa que se le parezca. Puedes resolver ecuaciones diferenciales con los ojos cerrados, desentrañar en un chasquido la Crítica de la razón pura o mascar chicle mientras conduces tu bicicleta pero fíjate que la entrevisión, con toda su simplicidad a cuestas según  sugiere Vila-Matas, es un muro que mil veces me pareció infranqueable, una roca impenetrable, llámala como te dé la gana, que algún día, escríbelo, atravesaré por fin como quien cruza una meta y bebe del éxito a verdaderos borbotones.

Tengo un amigo que jamás se aburre y cuando quien escribe acceda por fin a semejante dimensión les juro que  hablaré por la línea del medio, que develaré códigos, combinaciones, señas, contraseñas y secretos, y que ya nada quedará en las sombras. En esas ando, en esas justamente ando, y  me despido hasta entonces.

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