ANTONIO Y LAS CHICAS GUAPAS

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

 

 

Cuando lo conocí y pregunté su nombre, respondió sonriente: Antonio José Rojas, “Anthony Joseph Red”, para servirle. Cuida carros frente al Café Jazz, en Puerto Ordaz, y siempre guarda, según dice, el mejor humor para los amigos. Al verme sentado ante la taza y el libro que suelo hojear mientras miro pasar la vida, Antonio abre un paréntesis en su trabajo y se acerca. Por lo general pide que le invite a tomar algo. Yo lo hago con gusto.

Al cabo de los años se ha hecho mi amigo. No las ha tenido todas de su parte porque la vida, ciertos hijos de puta y él mismo se las arreglaron para hacerle bastante corto el horizonte. Fue casi un alcohólico, entró de cabeza al agujero negro que puede ser la noche en una ciudad que si te descuidas te tritura, y vivió y casi murió en su ley, la del más fuerte, la del sálvese quien pueda, la del que patea huevos antes de que lo aplasten primero.

He conocido a pocos como Antonio, sobre todo cuando se habla de coraje, de entereza, de autenticidad, de capacidad para caerse a trompadas con el mundo, llevar las de perder, terminar entre los últimos, y luego ver la luz, salir a flote, resucitar prácticamente. El otro día le dije, justo al sentarse frente a mí y empezar a hojear el libro que traía, y después de aceptarme el café negro, cargado, lleno de adrenalina y de emociones, digo, el otro día le solté en plena cara que me enorgullecía que alguien como él me considerase amigo.

Antonio José Rojas, es decir, “Anthony Joseph Red, para servirle”, sonrió. Entonces habló de sus memorias, de sus anhelos, de su pueblo que está lejos, de esta ciudad con poca alma donde habitan más miserables por milímetro cuadrado que en ningún otro lugar del mundo. Jovial, alegre, confiesa que en este café y cabalgando en bólidos de todas las raleas, las mujeres más guapas jamás le devuelven el saludo. “Ni la mitad de uno”, asegura con sorna.
Mi buen amigo es uno de los individuos más inteligentes que he llegado a conocer. Mezcla de neuronas y cojones, le ha arrancado a dentelladas buena cantidad de tajos a la vida. “Si digo guapas”, afirma a quemarropa, “digo guapas de verdad”. Las mira, las sigue con la vista, y cuando a veces la belleza abusa porque alguna dama se robó toda la hermosura para sí, deja colar un suspiro, una especie de exhalación entre lamento, nostalgia y deseo.

Me gusta su amistad porque nos une entre otras razones el afán por construir lo que deseamos con las tripas, con las uñas, aunque él encontrara las cosas siempre mucho más difíciles. Haciendo las sumas y las restas, de entre todas sus broncas el resultado ha sido la victoria. Por eso espera la respuesta, el día, que llegará pronto y de eso jura estar seguro, en que la chica guapa que aguarda desde hace tanto lo mire, se detenga un instante, le devuelva el saludo y le entregue el corazón. “Eso lo celebraremos”, cuenta en voz bajísima, “como de costumbre en esta mesa y con un whisky, amigo mío, esa vez con un buen vaso de whisky”.

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