RECUERDOS QUE NO SON MÍOS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hace poco leí en un diario cierto artículo científico que me pareció familiar. “Me suena”, pensé. “Bingo”, me dije.

    Desde la niñez llegué a soñar con algún señor embutido en bata blanca poniendo cables, electrodos y demás piezas por el estilo sobre mi cuero cabelludo mientras yo, feliz como una lombriz, retozaba en la camilla. Entonces el milagro: evocaciones iban y venían de modo que terminaba por olvidar la fea vivencia de un rechazo amoroso, pongo por caso, mientras fabricaba recuerdos de viajes anhelados o caricias nunca antes probadas.

    Es que grité bingo, claro. ¿Te imaginas?, fue apenas hace tres días. Nada menos que la ciencia en pleno dándole luz verde al hecho mondo y lirondo de poder por fin cumplir mi sueño. Conquistar el Himalaya y el mundo a mis pies allá abajo, rocanrolear guitarra en mano sobre un escenario mientras las chicas se desmayan, besar a Brooke Shields, a Lynda Carter y a Amanda Gutiérrez, convertirme en héroe rescatando a Laura de cuanto moscardón molesta en el recreo -y cuando digo rescatando quiero decir de veras eso: plantarme en medio, coger al grandulón por el pescuezo, mandarlo lejos con el rabo entre las piernas luego de una buena revolcada-. Y así.

    Explica el artículo que no sólo construyes recuerdos sino que también mutan -si me preguntas la razón, ya la olvidé-, que pueden ser adulterados, es decir, que son como riachuelos danzarines por lo que sus correrías no son inamovibles. Hay mudanza, dinamismo, cambio en el agua que fluye y hay variación en nuestras remembranzas. De inmediato pensé en Heráclito, sí, y fíjate que si no nos bañamos dos veces en el mismo río pues vale suponer que tampoco nos metemos de cabeza en un mismo recuerdo hoy o mañana. Ya decía yo.

    Si las evocaciones se parecen a un chicle y por lo tanto se deforman, ahí está el detalle, Cantinflas dixit. Con un poco de ayuda -mis cables y mis electrodos de infancia- tienes el plato servido previa selección en el dietario de las reminiscencias. Total, que de los falsos recuerdos que todos elaboramos a la siembra de evocaciones ante un menú, pues dista cierto paso de lo más corto. Tengo la exquisita certeza de que muy pronto el ticket de las remembranzas a voluntad, de la rememoración labrada a fuerza de laboratorio podrás adquirirlo en el supermercado de la esquina, cuestión fascinante donde la haya porque piensa un segundo, supón un instante que tienes los recuerdos listos, preparados, apretados ya en una mano, y en la otra el boleto para tenderte en la camilla, esperar al tipo de la bata y sentir el cosquilleo de metales y chupones adhiriéndose a la piel del cráneo. Bingo, te repites una y otra vez, bingo, mientras la gozada chorrea por cada poro.

    De niño soñé con realidades parecidas así que no fue demasiada la sorpresa luego de leer el texto. Lo que soy yo, sin rubor confieso que he albergado sólida esperanza de realizaciones a propósito de mis ganas al respecto. Jamás claudicaron apetitos, certidumbre, fe y ya ves, el premio gordo reverbera a la vuelta de la esquina. Me froto las manos sólo de imaginar tamaño saco de experiencias. Es que ya no serás el mismo, ya no seré mi igual y ya hace de las suyas esa memoria fraguada a imagen y semejanza de tu gula. Dime si no es para que te gotee el colmillo. Dime tú si no.

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