HUMO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Así como escuchar a Mozart incrementa la facultad de razonar sostengo que el humo del tabaco te rejuvenece. No me refiero sólo al cutis, que de por sí es mucho lo que al respecto también hay de ganancia, sino al ámbito menos frívolo de eso que algunos llaman lo espiritual.

    Fíjate que el humo del tabaco es la crema Pond’s del ánimo, sobre todo en tiempos de Lexotanil entremezclado con ilusiones de la Nueva Era. Entra a una librería para que lo compruebes, de Adriana Azzi y Walter Mercado al nirvana colectivo se pretenden pocos pasos, asunto que se cotiza por las nubes en la bolsa de valores del alma. La lista de los más vendidos lo dice todo: la autoayuda se te mete por los ojos, abunda en vallas de cualquier esquina, al punto de que va a ser Paulo Coelho, Robin Sharma o Ismael Cala el próximo Nobel de literatura. Apuesto un ojo de la cara.

    En cuanto a mí, puedo jurar que el humo del tabaco se pasa por la entrepierna semejantes fruslerías New Age.  Leerse el tabaco anda de baja últimamente, y con razón, pero el humo, lo que se dice el humo del Montecristo, del Cohiba, del Partagás o de cualquier humilde cumanés equivale al tantra mítico, al justo equilibrio del nunca bien ponderado Yin y Yan, supone, escríbelo con todas sus letras, la forma expedita de curar llagas de todos los pelajes, ensanchar el alma y renovar sin mala conciencia callosidades del corazón.

    Con la luz difusa de una puesta de sol, encender un habano para acariciar la pituitaria va de la mano con amansar hasta al más feroz espíritu de estos días, en los que reina el encono y la mala leche a borbotones. No hay cuento, el humo del tabaco calza a la perfección en los zapatos del humilde o del encumbrado, del inepto o del cargado de talento y yo repito, sin que me tiemble un músculo del careto, que el humo del tabaco por lo anterior y por mil razones que para qué diablos enumerar aquí, es el elixir de la juventud perdida. Estadistas a lo Churchill, brujos de múltiples raleas, dictadores a lo Castro o escritores de la talla de Cortázar, para que veas, todos, absolutamente todos han compartido el secreto a voces menos guardado de este mundo.

    Sin culpas ni remordimientos me llevo el tabaco a la boca y de bocanada en bocanada aspiro las delicias de ese aroma que tonifica los músculos, limpia bronquios y pulmones, te hace más inteligente y, cuando menos lo esperas, acabas siendo veinte años más joven. Ni Revlon con sus chicas sexy, ni Nina Ricci o Dior vía esqueléticas modelos, ni Lancome y toda la parafernalia. El humo del tabaco. Nada más que el humo del tabaco. Y se acabó.

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