LA REVOLUCIÓN Y EL DISPARATE

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

   Karl Popper mostró que la verdad no es inamovible, es decir, logró enseñarnos que ésta se mantiene en pie hasta que una nueva la hace tambalear. De ahí que en el ámbito del conocimiento cuanto consideramos verdadero lo es por tiempo definido.

   Según Popper, una verdad consiste entonces en algo relativo, y mucho más en el plano ya no de las ciencias naturales sino en el de lo social, donde el saber incrementa su condición resbaladiza. En La sociedad abierta y sus enemigos Popper da en el blanco a propósito de la convivencia humana y las trampas que se le presentan. Nada más peligroso, cuando de gobernar se trata, que aquellos incapaces de entender lo que con tanta suspicacia vislumbró el filósofo austríaco. Si quienes detentan el poder se creen ungidos por certezas infalibles o por verdades incuestionables, entonces se está a un paso del acto de fe, del caudillo iluminado, del personalismo más atroz, lo que llevará tarde o temprano a dictaduras de todos los pelajes.

   Es lo que ha ocurrido con la izquierda recalcitrante, latinoamericana y universal, que como dijera el buen Petkoff, “ni olvida ni aprende”. Aunque hablar de ellas hoy en día implica utilizar el plural (¿acaso pertenecen Lula, Kirchner, Bachelet, Lagos o Mujica al mismo bando?), sabemos que una izquierda moderna termina por aceptar la democracia, la alternancia en el poder, la economía de mercado, dejando sólo para las gradas el desvencijado sonsonete de sus disparates ideológicos. No existe otra manera que renovarse, modernizarse, para al fin entender cómo generar riqueza y repartirla. Lo otro, esquivar la democracia, es miseria y es atraso.

   Hay que preguntarse lo siguiente: ¿por qué la Revolución Cubana acabó siendo el parapeto destartalado que sin dudas es? ¿Por qué eso que dieron en llamar Socialismo del Siglo XXI se trocó en el patético aquelarre de locura y crimen de hoy en día? Varias razones responden, por supuesto, pero una de las fundamentales es que fueron concebidos en función de una verdad única escondida en la chistera. Fidel Castro, Hugo Chávez y el resto de la feligresía (en realidad ambos han sido los jefes supremos de una religión) creyeron tener a Dios agarrado por las barbas. Se sintieron poseedores de una certeza inalterable.

   Y claro, si quien llega al palacio de gobierno jura que es el último refresquito de la comarca, lo lógico es que pretenda imponer la visión y convicciones que le queman las entrañas. ¿Imponerlas por las buenas?, sería maravilloso. ¿Imponerlas como sea?, ya entenderá el pueblo, si alguna vez madura, que todo se hace por su bien. Más claro, señor Popper, no canta un gallo.

   Por mucho que la realidad les aplaste las narices, hay pocas probabilidades de que un revolucionario convencido entre en razón. Verbigracia: el desastre de la Venezuela actual. Con la inflación más alta del mundo, los escupitajos a los DD.HH., los índices de escasez entre los más elevados del planeta, la corrupción como jamás antes y la educación, la sanidad o la esperanza en un futuro mejor por los suelos, lo cierto es que los responsables del descalabro de las condiciones de vida en general siempre serán otros. La CIA, el imperio, la oligarquía, el pato Lucas, la guerra psicológica, el bloqueo, los marcianos, los medios de comunicación o el invento más risible de cuanta cabeza hierve por tantas fiebres no sudadas: la guerra económica. En fin, no existe espacio para equivocarse: después de la Revolución, sencillamente el diluvio. Y el último en salir huyendo que reviente el bombillo, o sea, que apague la luz.

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