REVISTAS DEL CORAZÓN

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hay gente que abre una revista del corazón y siente náuseas. Confieso que a mí me llaman la atención. Las revistas del corazón son eso: construcciones elaboradas con el objeto de explotar el melodrama en que nos da por transformar algunas realidades.

     Yo disfruto un mundo ese oleaje amarillista con el que la mayoría de periódicos usa y abusa del cotorreo sentimental a propósito de Julio Iglesias y no sé quién, o de Catherine Fullop y el afortunado que le baja el cierre de la falda. Gozo, no lo niego, hurgando la frivolidad hecha palabra, y el asunto cobra interés superlativo cuando a partir del cuento rosa, del escándalo entre parejas, del riqui ruque en función de Diosa Canales y el tamaño de sus tetas, emerge una obra hecha pieza maestra a punta de relojería literaria.

    Un culebrón televisivo existe más allá de la pantalla, o sea, la verdad  es que somos dados a la historia lacrimosa y al moco suelto a favor del happy end. Latinoamérica es hiperbólica por mil razones, y en el morbo de un tabloide sensacionalista o en la explosión de un lío de faldas yace, no faltaba más, cierta condición humana. Veamos: un clásico universal. Pongamos por caso: la Ilíada.

    En el fondo la leo, y en verdad eso hago, como una historia truculenta, como el notición de una época, carne de cañón para las fauces, ávidas de chisme, de un Homero sobrado de talento. ¿Quién me dice que el magma hirviente cuyo colofón es la Guerra de Troya no dio pie a la primera revista del corazón que conozcamos? Cuando se inicia la Ilíada, aqueos y troyanos llevan casi diez años de combate encarnizado, de toma y dame a punta de cuchillo y lanza precisamente por asuntos de la carne: Elena, la mujer más bella del mundo y esposa de Menelao, guerrero aqueo, fue raptada (y cómo disfrutó la pobre del secuestro, digo yo) por el guapetón Paris, hijo del rey de Troya. Ése es el punto, ésa es la razón, tal es el detonante de un conflicto armado llevado a la escritura que se transformó en monumento literario.

    De un cuento digno de la Hola, Buen Hogar o Vanidades, alguien crea una obra maestra. Sigue siendo una boutade del corazón, un chismorreo en boca del más genial paparazzi que ha existido, qué duda cabe a estas alturas. Y el follón, dime tú si no, gústele a quien le guste y viceversa, llega intacto, calientito a nuestros días.  Nunca lo hubiera sospechado.

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