EL CONTENIDO DE LAS COSAS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    No sé tú, pero de niño siempre tuve la esperanza de sorprenderme con el interior de las cosas. Hasta hace poco me veía a la espera de que sucediera aquello que en el fondo no tiene sentido, pero qué diablos, moría porque ocurriera.

    Recuerdo número uno: mi madre va al mercado. En aquellos días un repartidor llevaba a cada casa el producto de las compras. Dos cajas de buen tamaño están sobre la mesa, en la cocina. Entonces observo, imagino, espero con ansias. Sé que es muy probable que nada pase, nada en lo absoluto, pero en lo más hondo habita ese último deseo, la esperanza de que ahí mismo cobre carnadura lo tantas veces soñado, porque no es verdad que semejantes cosas se lleven a cabo sólo en las comiquitas, en Leoncio el León y Tristón o en el Lagarto Juancho.

    Recuerdo número dos: entro a la cocina, me dirijo a la nevera, cojo un huevo de gallina. La fascinación resulta idéntica a esa otra que aparece cuando tomo de las cajas una lata de sardinas, un paquete de Korn Flakes, un tubo de Colgate y los abro emocionado para que de una vez ocurra lo que espero. Un huevo de gallina es un enigma, misterio cargado de belleza, de lisura, de esa suavidad al tacto que no hallas con facilidad al explorar el resto de las cosas. Y es perfecto. Ahí vislumbré por vez primera la idea hecha materia de perfección sin más, una redondez sin pliegues ni huellas ni pistas sobre ella misma que me dejaron perplejo.

    Mientras contemplo tal curiosidad, huevo de gallina como santo y seña de que otro mundo es posible, ya no caben dudas: va a ocurrir. Entonces mi esperanza se duplica o se triplica.  La certidumbre a propósito de lo que está por venir y es inminente y es también irrefrenable termina por aplastarme, acaba por engullirme como si yo mismo fuera el huevo cocinado, la sardina de la lata, el Korn Flakes nadando en leche Klim.

    No sé tú, pero de niño siempre tuve la esperanza de sorprenderme con el interior de las cosas. Hasta hace poco me veía a la espera de que sucediera aquello que en el fondo no tiene sentido, pero qué diablos, moría porque ocurriera.

    Supongo que has pasado por lo mismo. Tengo la impresión de que también contigo el resultado ha sido vano. Parece juego de muchachos, un anhelo que a diferencia de algunos deseos tradicionales, con el tiempo se solidifica, crece, acaba sumergido en el día a día de tu presente.

    Mi esposa prepara el desayuno. Ahí están, encima de la mesa, la lata de sardinas, cuatro huevos, el paquete de Korn Flakes. A esa hora de la mañana, todavía muy temprano para un domingo cualquiera, entre sueño y duermevela me levanto, camino hasta allá, un beso, un saludo, un bostezo quejumbroso. Tomo asiento y observo como espectador que tiene enfrente el mejor acto de magia.

    Justo al estrellar el huevo contra el borde del sartén para quebrarlo, una lagartija hace de las suyas. Esquiva fuego, gabinetes, potes, platos y demás enseres. Un genio de la lámpara es humo y después aparición, presencia contundente cuando la lata de sardinas, aún a medio abrir, empieza a chorrear aceite. Y no faltaba más, de la caja del cereal escapan diminutos hombrecillos corriendo en todas direcciones como hormigas que huyen del peligro.

    No sé tú, pero de niño siempre tuve la esperanza de sorprenderme con el interior de las cosas. Y ya lo he gozado como nadie.

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