ALCALDÍA. MEMORIA DE UNA CIUDAD EN VENEZUELA.

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1


Todos tenemos un lado oscuro. Yo, por ejemplo, me cuido de mostrar los pies: son una camada de adefesios, con cada dedo peor que el otro, qué se le va a hacer. Y tengo una amiga a quien le da por llorar cada vez que va a un restaurante y colocan esas melodías de fondo parecidas a un apéndice del limbo, sin cuerpo y sin alma, llegando al punto de empapar mantel y piso con un aguacero de lágrimas. Pero lo más extraño le ocurre a Olegario, mi perro, que en más de una ocasión se ha creído ave y le da por pegar brincos todo el día con el objeto de levantar vuelo.

El lado oscuro, esa rareza para muchos insignificante, trae a medio mundo de cabeza. Y más cuando el portador ejerce funciones públicas, por eso de que con facilidad que para qué te cuento irrumpe en la vida de terceros así como si nada. De modo que un político, por decir lo más sobresaliente, no sólo tiene el lado oscuro tan común a cualquiera de nosotros, sino que con seguridad va a restregárselo en la cara incluso a quienes no desean verlo ni en pintura. Estos tipos se las traen.

Ha habido de todo, la verdad. Gente con el lado oscuro de lo más iluminado, e iluminados cuya oscuridad viene muy a cuento. Estos últimos, seres mesiánicos por naturaleza, piensan que son la luz del mundo y no se percatan jamás, pobrecitos, de que las tinieblas casi los engulle por completo.

El otro día me dio por caminar. En esta ciudad que es todo lo que usted quiera menos un lugar apacible para andar erguido por las calles, salí a dar una vuelta al aire libre. Frente a la alcaldía (vamos a dejarla así, en minúsculas) un puñado de sombras me llamó la atención. El lado oscuro había vencido a la luz y se veía con claridad.
Las sombras pululaban, corrían apuradas, daban abrazos y reían. El lado oscuro brillaba con ahínco.

Compré un jugo y me acodé a la balaustrada de un pequeño tarantín para observar con calma. Es curioso advertir cómo en la alcaldía deambula esa ristra de sombras, tan cargada de luminiscencia y a los cuatro vientos.
Por lo general una alcaldía es una alcaldía, algo así como el lugarejo donde un saco de políticos personifica la desidia. Por lo general, también, cuesta Dios y su ayuda vislumbrar el lado oscuro de estos funcionarios, en esencia por tanta opacidad elevada al infinito. Pero la alcaldía de esta ciudad es una joya entre mil, una perla, o mejor, un azabache como ningún otro. La oscuridad brilla y uno termina encandilado.

Despaché el jugo y pedí otro. Me llamó la atención un perro cojo que olfateaba bolsas de basura a poca distancia de donde me hallaba: apuró el paso, aturdido, y metió el rabo entre las piernas justo cuando estuvo frente al edificio oscurecido. Entonces me di cuenta de que esta alcaldía no tiene parangón, es tan negra y gris como un pedazo de cielo a punta de tormenta. Una alcaldía para la historia, que es mucho decir a cuenta de que refocila su mediocridad y aumenta su negritud cada instante, cada día, cada semana. La autarquía enquistada en cuatro paredes oficiales.

Como dije al comienzo, todos tenemos un lado oscuro, asunto que justifica sólo a medias el lado tétrico de la alcaldía en cuestión. A lo que no hay derecho, mira tú, es a exagerar. Y de qué modo.

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