AFÁN DE DIVERSIÓN

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1


La gente huye del tedio como del demonio. Vamos a ver, que todo bostezo implique la etiqueta del espanto, del nunca jamás que es preciso mantener a mil kilómetros de distancia, es algo incomprensible por mucho trajín que le meta entre ceja y ceja.

La vida y su amplio abanico de ámbitos da para todo. Incluso para buenos ratos de fastidio que, júralo por lo que más quieras, pueden resultar divertidos hasta reventar. Cada quien con su cada cual, eso lo sé, pero no me negarás que ciertas búsquedas arrojan saldos que bien vale coger al vuelo, no vaya a ser que te pierdas lo mejor de lo mejor, sin enterarte un ápice además.

Hay personajillos que buscan la diversión como Jasón hurgaba por el vellocino. No es que esté mal, de ninguna manera, aunque al mirar sus puestas en escena tiendo a pensar que en verdad somos de piñón fijo: dale que te dale al numerito único, sin más, a ver si por fin sale nuestra papeleta.

Leo en una enciclopedia que la biología humana es atinente a la necesidad de recrearse -y viceversa, añado yo-, lo cual me parece el colmo de lo razonable. El asunto se complica cuando alguien frunce el ceño porque quién quita, también me recreo en la lata, el empalago o la pesadez, de modo que estamos de acuerdo en lo básico -es natural divertirse- pero no en lo que viene después -aburrimiento y deleite en compartimentos estancos, para remate mutuamente excluyentes-. No señor, en lo absoluto. Lo que soy yo, de la hartura y el sopor más punzopenetrantes he obtenido momentos de una delicia imposible de explicar con palabras. Papando moscas resolví enigmas, gocé mientras lo hacía, y al chapotear en océanos de calma chicha, de letargo, de una modorra que para qué te cuento, emergí cual místico que vio la luz, es decir, lúcido, alegre, empapado de esa divertida dicha también inefable por donde la mires. O sea, pues, feliz, feliz, como una lombriz.

Pero la gente es terca, dime tú si no, y empeñosa. Por no ir más lejos, el otro día estaba de lo más fastidiado, echado muy contento en brazos del desgano y disfrutando como nunca de las cosquillas que el tedio es capaz de regalar, cuando un amigo me puso los pelos de punta. Metió en este asunto las narices para lanzar la frase bomba: ¡Ay, qué ladilla! Así, sin más, sin mínimo conocimiento de causa. Hay que ver.

Entreabrí los ojos y el ladillado de marras tenía de veras cara de empalago sin atenuantes. Una cara en función del maniqueísmo existencial aburrimiento-diversión que lamenté no haber fotografiado en ese mero instante, por ejemplo. En fin, que el amplio horizonte de la jarana y la alegría trasciende el perímetro de la cuenca de tu mano, lo cual es ya motivo, claro, para discusiones filosóficas de pelaje intrincadísimo, no te asustes pero qué se le va a hacer.

Moraleja y conclusión, otra vez lo que soy yo me río a mandíbula batiente de lo puro divertido que cala hasta los huesos en cualquier tarde luego del almuerzo, hora del burro según la llamaban en mi pueblo, mientras media humanidad arroja bostezos de disgusto cuando ahí, al alcance de la mano, el goce, la fiesta y el guateque bullen a un palmo de distancia. Se cuenta y no se cree. Es que de verdad se cuenta y no se cree.

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