EL DULCE SABOR DEL AZÚCAR

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

El otro día vi una entrevista a Juan José Millás. Afirmaba el escritor que la realidad es poco menos que un consenso, es decir, que el universo en el que chapoteamos cumple con criterios de normalidad gracias a un rasero al que decimos sí. Nada más cierto.

Desde que despierto y hasta los ronquidos luego de las buenas noches, disfruto el asomarme por ciertas rendijas. A veces creo que navego por los días embutido entre cuatro paredes imaginarias -o no, ve tú a saber- por las que miro alrededor mediante unas persianas. Entonces soy cazador, cazador de sorpresas justo en función de cuanto se desvía de lo pactado. Si te pones a ver, la vida está llena de eso, momentos, clicks, flashes capaces de patear en el trasero a todas las convenciones aceptadas como plausibles.

Lo aprendí de mi padre. Jamás conocí a alguien que pudiera vislumbrar los pliegues de la cotidianidad como lo hizo desde que tuve uso de razón. Para reírse, por ejemplo. Para dejarse hacer cosquillas en medio de la normalidad más aparente. Cierro los ojos y vamos de la mano, caminamos, las calles del pueblo como cualquier calle, los árboles tan árboles como los otros, los ruidos, la gente, los perros echados, los kioscos en su sitio, y la sorpresa haciendo de las suyas, conejos inesperados en la chistera del mundo a punto de mostrar gestos y muecas que de a poco fui también hallando.

Supongo que a mis hijos algo de esto he ofrecido. Camila, pongo por caso, sé que descubre a su manera rictus que permanecen en el plano subterráneo de un lunes o de un jueves. Daniel igual, a su modo lleva a cabo la tarea y el posterior encuentro de una u otra maravilla. Cada uno en ritmo propio, cada quien con su cada cual.

Ayer puse en Youtube otra entrevista, esta vez a Rosa Montero. Hoy por hoy es sin la menor duda una de las escritoras más completas de habla hispana, y lo que vi fue memorable. Su último libro, “El peligro de estar cuerda”, es el martillazo en pleno dedo gordo. No lo leo aún pero sé que comulgamos en la misma iglesia. Lo normal es lo anormal, dice la española, y lo es debido a que el consenso de normalidad con el que traficamos implica sumatoria de espejismos capaces de tranquilizarnos, de hacernos respirar sin demasiadas incertidumbres en el vano sueño, en la absurda creencia de jurar tener las piezas del rompecabezas en el puño. Menuda ilusión. Lo cierto es que vivimos en un queso, en un gruyére de huecos hasta las narices.

Analizándolo mejor, ni Millás ni Montero me sorprenden en el fondo. No lo hacen entre otras razones porque comparto de pe a pa sus argumentos, cuyos precipitados me ensucian de un magma conocido los dedos, la ropa, las ideas y las formas con las que atravieso el minutero. Y sin embargo ha sido un golpetazo en el mentón escucharlos, vaya por Dios, y sentir que te echan mano sin que te des cuenta mientras los platos vuelan, se estrellan en tu cabeza, poniéndote frente al espejo donde te reflejas junto a ellos a placer. Qué excelente compañía.

En un rato apartaré el culo de esta silla e iré directo por el libro. De algún modo lo conozco ya. De cierta manera lo he leído cada día pero qué diablos, no está de más asomarse cada tanto al fondo de uno mismo para alegrarse o asustarse, para contemplarse las entrañas y decir mira tú, cómo has cambiado. Enhorabuena.

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