POETASTROS DE MALA HORA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

Filotiránicos los llamó Mark Lilla. Nunca mejor adjetivados, individuos con alto poder de dependencia y muy seguros de la verdad única, en mayúsculas, capaz de salir a chorros por cuanto coco hirviente crea tener a Dios agarrado por las barbas.

Un día yacen en el rincón del café tal, tertulia de por medio para enderezar el mundo, y al rato alguien grita revolución, coge la sartén por el mango a punta de balas, muertos y cañones, y ahí te quiero ver.

Poetas, escritores de cualquier pelaje, pintores, académicos, intelectuales bien plantados o de pacotilla, artistas alucinantes o de escaso vuelo. Entonces, con su conducta, con sus quehaceres aquí y allá en pos del hombre nuevo -Diosdado, Chávez, Maduro, los hermanitos Castro- se arrastran o se agachan para hacerse notar, para revelar a los cuatro vientos la estatura moral, pongo por caso, que traían agazapada en el último verso.

Unos se indignan y llueve su voz de protesta y de denuncia. Letras, obra creadora que es lápida sobre regímenes que no debieron ser. Señalan el pus donde se encuentre. Otros, en mala hora, inclinan la cerviz y el alma, toman asiento detrás del hombre fuerte, el que más grita y erotiza, y sonríen, y cantan loas, y se encumbran y se mean encima porque a estas alturas la emoción no tiene cortapisas. Filotiránicos irremediables.

Venezuela, mi país, es un libro abierto cuando se trata de aleccionar sobre la especie. Bichos a la sombra del poder, gozan mientras duran sus mordiscos a las circunstancias. Filotiránicos en pleno, cargan sobre los hombros inciensos, perfumes y jabones para lavar el rostro del horror porque si la muerte se atraviesa, la muerte de tantos, de tantísimos, es apenas un detalle antes del Paraíso.

En los años de la dictadura he visto de todo. Han sido demasiados los que callan, miran para otro lado, se convierten en modernas celestinas o putean el hondo sentido de su arte encaramados sobre el vaivén de justificaciones, defensas, aullidos vergonzantes a favor del infierno aquí en la Tierra. Frente a los cadáveres, dar la espalda, entornar los ojos, obviar, parece crear buena conciencia.

Siempre admiré a aquellos que cambiaron de opinión. Se equivocaron, lo reconocieron, contrastaron hechos con el desastre que les mordía las narices y tuvieron el coraje de decir basta. Ya no más. Ser valiente exige más de ocho letras, mira tú, lo cual perfila la delgada línea que separa una tragedia de otra realidad también posible.

En Venezuela, durante estas décadas de oprobio, buena cantidad de creadores alcanzó cotas muy elevadas de señalamiento y de lucha desde sus áreas de influencia. Acordes siempre con su oficio de pensar, de criticar, de intentar hacer mejor el mundo en que vivimos. Para muestra un botón: la tarea noble de alguien como Rafael Cadenas, personificación de la decencia, de la dignidad en alza. Y como apuntaba hace un momento, muchos escupieron para arriba con el rabo entre las piernas, bajo las faldas del poder. Triste elección y peor consecuencia frente al ahora y frente a días futuros.

Las ideologías mesiánicas devoran a sus hijos, los muelen, y el basurero de la historia siempre da cuenta de ellos. Más temprano que tarde, cuando la locura acabe, habrá que recoger los vidrios rotos, no olvidar lo sucedido -para que jamás vuelva a ocurrir tragedia semejante-, practicar justicia y perdonar. Sobre las ruinas reverdece la hierba, arde la vida desperezándose y los pétalos de nuevas flores abrazan otra vez. Es el destino de un país, de una gente que no mereció tanto daño y sufrimiento.

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