LABERINTO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    La realidad no es una sino muchas y todas están conectadas. Túneles, vasos comunicantes, pasadizos secretos que descubres cuando menos lo esperas.

    Tengo un amigo a quien le cuesta dormir porque está convencido de que puede despertar en otro sitio, en otro tiempo sin boleto de retorno. De hecho, jura que vive entre nosotros gracias a una pesadilla que lo arrojó a estas dimensiones, a estas calles, a este mundo que a diario transitamos. Cada quien con sus manías. Yo mismo, acostumbrado a hacer la siesta luego del almuerzo, sueño con un rinoceronte y descubro después que ese animal de pocas pulgas es mi entrañable tía Santiaga. Llegó Freud y tendió el puente, construyó las tuberías, dejó entrever ciertas conexiones.

    La otra vez me asomé por la ventana, en la oficina, y vi un paisaje que supuse el carbonífero. Cerré los ojos aterrado, los froté bastante, los abrí al rato con la seguridad de que había espantado esa ilusión, y ahí seguía la selva espesa, los helechos gigantescos, y esos árboles monumentales que aparecen tal cual en los libros de ciencias que leíamos en el colegio. Corrí, bajé las escaleras, llegué a la planta baja y salí afuera. La calle lucía tan congestionada como siempre, el semáforo en la esquina, la señora de las frutas junto al quiosco de periódicos, las bocinas, los anuncios comerciales. En fin.

    Para no ir más lejos, cuando estoy en casa corro de la habitación a la cocina o viceversa y tengo la impresión de que la máquina del tiempo existe. No es común que ocurran estas cosas, ya lo sé, pero me he convencido de que es cierto, de que entre el sosiego de mi cama y, pongo por caso, la nevera, media una distancia intergaláctica para lo que ir y venir lleva años luz. Ve tú a saber cómo y por qué.

    Empecé este artículo a los cuarenta y dos. Dejo el lápiz sobre la mesa, o suspendo la escritura en el computador debido a que siento ganas de ir al baño. Ni recuerdo ya. Palidezco al verme en el espejo. Han pasado cuatro décadas. Soy anciano, bastante calvo, con problemas de la próstata. Entonces frunzo el ceño, me encojo de hombros y regreso al cuarto de trabajo. Me siento, me instalo otra vez en mis papeles, acabo por terminar lo que ahora lees.

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