HORA FELIZ

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    El otro día, café y lectura en mano, pensaba en la vida y sus cochinadas. Y en la vida y sus bondades. Porque el mundo que el bicho humano ha perfilado es rudo, hostil, jodido por donde metas el ojo, pero asimismo con pozos suficientes para llenarlos de esperanza.

    Quizás por eso, debido a las hendijas que permiten echarle un vistazo a lo bueno y a lo hermoso, me dio por los finales felices. Tal cual, finales felices. Qué le voy a hacer, me gusta el The End con acabados perfectos, me complace el anhelo terminado en alborozo que -no me lo vayas a negar- como está el patio mira la falta que hace.

   Julio Cortázar le confesó a Joaquín Soler Serrano que era de los que lloran en el cine. Un lacrimoso, para no decir más, lo cual comparto en materia de películas -sí, porque en literatura un ápice de sensiblería o mocosidad, no me preguntes por qué, hace que cierre el libro para siempre-. Ya sé que la vida es así, vuelvo y repito. Tengo canas en la barba como para saber que a veces es muy perra y para nada color rosa pero qué diablos, resulta fabuloso cuando menos desearlos: finales alegres, modelados a imagen y semejanza de nuestras pretensiones. El cine,  desconozco la razón pero viene a ser el vehículo perfecto, con perdón de Hitchcock y demás genios del final no arrebolado. El vehículo que lanza al Paraíso el mundo de quien asiste a él con sus más felices sueños.

    La otra noche vi por trigésima vez Qué bello es vivir y fíjate tú, vaya película tan cargada de cuanto he dicho arriba. La verdad es que mister Capra se metió a Dios en el bolsillo y yo, y el buen Cortázar, lloramos a baba tendida y sin temor a que nos vieran cuando las luces se encienden. Final feliz con todas sus letras, de modo que el bien pateándole los huevos al mal sin rubor de ningún tipo. Algarazas, alegrías, felicidad a toda mecha antes de la palabra fin. ¿Qué más podría pedir? ¿Qué otra cosa esperar del señor Stewart, de Donna Reed y del mismo Henry Travers? Si no la has visto, dale un manotazo a esta pantalla y corre, lárgate, disfrútala ya mismo y entra de cabeza a la dicha sin medida.

    Esta película es el compendio de todas aquellas cuyo punto de fuga fue el más sólido júbilo. Frente al Mar de los Sargazos que puede ser un día cualquiera, aquí vislumbras la ventana entreabierta, es decir, el otro paisaje que el retrovisor te obsequia. Entonces echas un ojo, miras por la cerradura, no te escapas del placer.

    Lo que soy yo, un cierre feliz, lo que se dice un final de película, no me lo pierdo ni a balazos. Dime tú si no: llegas, te sientas en la poltrona, enciendes el televisor, das click al play y si te he visto no me acuerdo. La felicidad en pleno tragándote completo, engulléndote como le da la gana, haciéndote partícipe de un estado de realidad o de conciencia, qué demonios importa la diferencia, mientras te mastican, te digieren y te escupen por fin a la poltrona luego de hora y media alucinando. Como para repetirlo siempre, como para vivirlo sin excusas. A que sí.

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