¡SILENCIO, COÑO!

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1


A lo mejor son los años -ya tengo canas en la barba, patas de gallina, arrugas en la frente-, por lo que aquí y allá escucho demasiados ruidos. Chirridos, berridos, llámalos como quieras, decibeles que perturban no por su intensidad sino por cuanto traen en la mochila.

A ver si me explico: cuando Maluma escupe un alarido, ¿qué diablos importa si el volumen del horror es muy alto o es muy bajo?, es un maldito crujido, y punto, infernal para más señas, con lo cual pongo en claro el hecho desquiciador de una acción previa que me autoriza a despreciarla, denunciarla y ponerla de patitas en los vertederos, sin boleto de regreso.

Mis hijos, claro, dicen que exagero. Mi esposa me acusa de perfecto amargadete y yo frunzo el ceño y continúo en mis trece convertido en topo, feliz como una lombriz allá por los subsuelos. En los jardines de la Universidad, en los portales de los almacenes o cuando caminas por la vereda, ahí te quiero ver, ahí te acribilla el mismo pamba pamba, Maluma transmutado en mil, dos mil altoparlantes que te hacen pensar en lo peor. Lo peor: coger un rifle de los automáticos o un cañón con pólvora hasta reventar y salir a volar huevos, taca taca taca, sin misericordia y en nombre de la paz, lógica extensión del esquivo silencio.

Quién lo iba a decir, yo, un redomado pacifista, albergando -y no sabes con cuánto cariño- belicosas escenas a propósito de un ideal hoy más que pisoteado. En esta época donde el mundo no sabe callar reivindico la real gana, tuya y mía, de no escuchar más que los susurros de los días.

Recuerdo entonces al viejo Woody Allen cuando dijo que “Dios es el silencio. Ahora, si el hombre sólo pudiera callarse…”, asunto que viene muy a cuento sobre todo en estas aguas donde ahora chapoteamos. Y como quien no quería la cosa, Georges Clemenceau remató afirmando que “manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”. La palabra, sin duda, hecha estridencia a la vuelta de la esquina, es decir, por donde asomes el tímpano: Maluma y su clan, para no ir más lejos.

Total, que aceptemos que me estoy haciendo viejo, cosa que importa un rábano a estas alturas de mi almanaque, y convengamos además que no tengo vuelta atrás. Si la cuestión es así, repito que más vale la paz, aunque sea la del sepulcro, que Bad Bunny y la madre que lo parió o Daddy Yankee, Don Omar, J. Balvin y Nicky Jam en lo más alto de sus perfomances, de sus ingenios, de sus artisticidades o como demonios deba uno referirse a semejantes estrellas.

“Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que la mudez”, cuenta un proverbio hindú. Ponte una mano en el pecho, respira hondo y dime si los pájaros mencionados arriba han emitido alguna vez una sílaba que el más elemental mutismo no aplaste de inmediato. Entonces mira tú, nos vamos entendiendo.

Por último, seguro de que este escrito será pasto de las llamas, doy fe en mí de su vigor curativo. O cuando menos paliativo. Porque sacar de los adentros cuanto carcome e hipertrofia tendrá su lado bueno, su cadencia balsámica, y lo que es mejor, cierto poder para enviar a las alcantarillas, a prueba de ruido y tormento, chillidos de toda ralea, chasquidos de índole cualquiera y aullidos enervantes de amplio espectro. Amén.

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