LAS PATAS DE LA ALEGRÍA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Pienso en el título de estos rasguños y asoman las cuatro patas de Newton, de Betino y de Canela. Gatos que fueron interlocutores válidos y, más que eso, amigos, cuates, panas, cómplices en la pura extensión de lo que el término implica.

    Qué te puedo decir, quizás resulte extraño pero un gato es el tótem de la alegría con aires de permanencia. Los gatos de mi infancia, pongo por caso, duendes a lo largo y ancho del jardín, del comedor, de la cocina, de las habitaciones. Un gato, comprenderás ahora, lleva encima la felicidad de las tardes en casa o del lugar que has elegido para coger un libro y hacerte hipnotizar.

    De un gato puedes afirmar muchas cosas: que es la manifestación del sinvergüenza, lo cual es cierto porque su existencia es su existencia, su ronroneo el vivo retrato de quien se echa por allá como si nada y lo demás al diablo, y mira que está muy bien. Puedes afirmar asimismo que es la libertad trocada en uñas, convertida en bigotes y hecha movimiento al pelo de gimnasta en pleno acto, verdad del tamaño de un templo y no me vengas a decir que no. Y puedes añadir sin duda que todo gato encierra en sus pupilas la posibilidad de reflejarte por entero, de que te contemples en el misterio de esa mirada que vivió en lo más profundo de mil y una realidades. La mágica Persia, la recóndita Mesopotamia o el antiguo Egipto, por decir lo menos.

    Sin que me tiemble una pestaña juraría por mis muertos más frescos que un gato es la rebelión de toda poesía a propósito del mundo en que vivimos. El mundo y sus babosadas, el mundo y sus caries, el mundo y su halitosis. El mundo, claro está, y sus estupideces.

    Era yo un adolescente y Newton desde mis piernas solía observar el patio. Entonces yo le contaba, yo le confesaba amores truncos que me arrastraban por la calle de la amargura mientras él asentía con un maullido y se lamía una pata en señal de tranquilo, cabroncete, dile a Laura que te gusta, dilo de una vez y que se venga abajo el universo.

    Lo cierto es que de los combates callejeros surge por las noches el héroe al que cantaron tantas culturas en mil distintas geografías. Dios para unos, ladrón de sardinas para otros, los hombres de tiempos idos así como presentes hallaron en él amistad a toda prueba o escupitajo y desprecio sin complejos. Cuando un gato te acepta o te rechaza no hay dados que abracen suerte alguna sino voluntad expresa de soberanía, ejercicio fulminante de la libertad.

    Dime tú si no, un gato sobre algún tejado, uno en pleno equilibrio mientras surca paredones como el rayo o uno que salta y humilla al más consumado atleta de las olimpíadas, cabe por completo en el talento del artista, del prestidigitador de palabras, del hacedor de maravillas con el lienzo, con la arcilla o con la piedra. Corre, pregúntale a Chagall, a Botero, a Louis Wain, a Cortázar o a Allan Poe.

    Lo que soy yo, antes y ahora guardo en la memoria a quienes fueron mis felinos preferidos. Por razones que no vienen al caso hoy tengo un perro, el fabuloso Percy, que lleva a un gato por dentro cosa que no me asombra para nada. Todo minino que se respete puede con eso y con más, por sus siete vidas y por sus múltiples enigmas insondables. Las patas de la alegría, vuelvo y repito.

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