MÚSICA DE FONDO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hay ruidos ensordecedores y ruidos que son encantadores. Yo, pongo por caso, gozo lo indecible con algunos que a ciertos amigos les parecen intragables y detesto otros que suponen la caricia en pasta según me cuentan algunos compañeros de trabajo. Total, que cada cabeza es un mundo y está muy bien que así sea.

    Si te pones a ver, la frontera entre un chirrido y un fondo musical de lo más agradable está bastante definida. Pero la diferencia entre un ruido cualquiera y el arrullo melódico del zumbido, digamos, de la nevera en la cocina, marca un enigma que no amerita discusión. Lo que soy yo, me basta con ir por un bocado frío, sentarme a la mesa contigua donde solemos almorzar y se acabó, caigo atrapado: la canción que el frigorífico me avienta es para roncar como gato satisfecho.

    No me pasa igual con esos sonsonetes que a la mayoría eleva a las nubes. El canto de los pájaros, se me ocurre ahora. La verdad es que un canario o un jilguero se las traen, pero déjame un día entero con el retintín de sus pitidos y hay que ver, juro que eso no lo aguanta nadie. Entre la sonoridad matemática de la nevera y el runrún del ave con su silbato a cuestas, adivina por cuál vereda sigo con mis pasos.

    Entiendo a quienes me miran feo porque digo lo que he dicho. Con estoicismo sobrellevo desplantes aquí y allá y con gracia y sentido del humor los mando al diablo, pues no tienen la menor idea de lo que hacen. Bastaría afinar el oído, abrir un poco las meninges para abrazar experiencias casi espirituales pero no, por supuesto que no. El bicho humano es animal de piñón fijo.

    Mencioné arriba la sonoridad de la nevera. Ni qué decir de una gotera. Siempre me pareció el colmo de la estupidez lo que casi todos consideran un horrible traqueteo, un tactactac desquiciador. Qué va. Toda gotera es muestra sin par de simetría, de perseverancia, de filigrana hecha rumor que desemboca siempre en paz, en equilibrio, en el más alto sosiego.

    En fin, que estamos adoctrinados por el mero hecho común. Es que cada quien vive con su cada cual frente al un dos tres del día a día. Cuando vi la luz, cuando di el salto, lo demás cambió de pe a pa sin boleto de regreso. Tu mirada es otra, tu foco de atención se reacomoda, tus apreciaciones sobre esto o aquello dan un vuelco y todo cuanto supone el arte de vivir acaba en las antípodas de tu antigua existencia. Una nevera, una gotera, digamos también que el inefable halo que emana de un aire acondicionado de ventana. Por si no lo has notado, nada como el susurro de esa máquina bendita al encenderla y tumbarte entonces a dormir. Música de ángeles y me quedo corto.

    Del acorde celestial de una nevera, pasando por la cadencia sin par de cualquier gotera que se respete y hasta el benéfico fragor del aire acondicionado con su tos y sus rugidos en mitad de la noche -si más viejo sin duda mejor-, hay pocos pasos. Escoge tú, date el permiso de sentirlo. Y no me negarás que llevo toda la razón.

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