AMIGOS DESPUÉS DE TODO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hay una esquizofrenia mental y otra corporal. De la primera paso, que para eso están los psiquiatras, y de la segunda me llamó la atención cómo es que pateamos el mundo con un desconocido en las entrañas.

    Cualquiera va por ahí creyéndose entero, un yo petrificado cuyo horizonte más lejano cabe en las fronteras de lo que juramos ser. Menuda falta de imaginación, qué ausencia de foco sobre el bicho que nos constituye. Alguna vez, mientras me duchaba, aún enjabonado di en el clavo y la conclusión saltó a la vista. Hallé por fin cierto horizonte más o menos claro.

    Uno se mira al espejo y ahí está, embutido en la piel que nos da forma. Cabeza, tronco y extremidades perfilan el rostro luminoso de la luna en esas noches donde chapoteamos. Uno piensa, uno observa, uno contrasta, describe, saca cuentas, y tiene la seguridad de que es unidad siempre perfecta. Humberto, Rafael, María Fernanda, cada quien no fragmentado, consciente de sí y de la historia que ha protagonizado desde el nacimiento. Una historia que soporta, que responde a la pregunta de quién eres. Somos la punta de un hilo que si tiras de él te lleva de cabeza a la madeja. La iniciática, la definitoria. Tu madeja.

    Entonces, en la ducha, un frío helado me recorrió hasta las uñas. Ni el Doctor Jeckyll y su contraparte Hyde, ni las dos caras de una moneda, nada, nada ejemplifica del todo la cuestión. Lo cierto es que la esquizofrenia corporal que anida en ti o en mí alumbra con potencia que acojona. Y la verdad no es para menos. El otro yo que llevamos en el fondo ha cavado tanto que jamás sabremos adónde va a llegar. Vives con el anonimato a cuestas, es decir, repta muy adentro un indocumentado que es también el tú desconocido, secreto, silente en las mañanas como en cualquier noche, especie de presencia con el antifaz a punto y la mirada indescifrable allá lejos, en tus más íntimos arcanos.

    En fin, jugamos a las escondidas con el otro que nos engulle y viceversa. Andamos para arriba y para abajo, de incógnito con quien creemos ser: el yo consciente y el tú fantasmagórico de un todo considerado indivisible. Vaya lío en el que nos zambullimos. La digestión, sentir un pellizco o un golpe en la espinilla, el control del sueño y la vigilia, las pasiones de cualquier ralea, imagina por dos segundos al manipulador de semejantes realidades, objetivas aunque no te lo parezcan, tan aquí y ahora como la caspa que combates y tan contundentes como el mal aliento mañanero. ¿Qué rostro tendrá? ¿Cómo serán sus dientes? ¿Qué pensará de ti ese otro que te habita? ¿En qué se diferencia tu yo de aquel tú oculto, subterráneo, extranjero en la comarca a la que perteneces?

    Si a ver vamos, el grueso de cuanto llevamos a cabo lo planifica un ser sin que te enteres. No me digas que la piel no se te pone de gallina. El páncreas, los corpúsculos de Malpighi, el tracatraca cotidiano del duodeno y sus funciones, pongo por caso, todos operados por una sombra, por una indefinición, por una bestia abstracta. Ni qué decir de los recuerdos, del lance rutinario de pensar, del simple gorgeo de mariposas que en ratos de temblor humano sientes en plena boca del estómago. Dime tú si no, dime que no es como para sentir espanto, el horror puro mordisqueándote los pies.

    En cuanto a mí, opté por dormir con un ojo abierto y el otro cerrado. Uno que está atento a este que soy y otro que vigila a esa pantomima de mí mismo. Ni sé ya qué pensar. Lo importante es que funciona, que el contrapeso que erigí marca la diferencia y eso basta. Entonces la cosa fluye, la cosa va la mar de bien entre los dos. Amigos después de todo.

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