EL BICHO QUE LLEVAS DENTRO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Hay que ver, uno no puede leer en paz, estar en paz, vivir en paz. En el trabajo, luego de una paliza que rayó en las trece horas, llegas a casa, besas a la familia, saludas al perro, tiras el portafolio y te echas sobre la cama. Al rato enciendes la luz y coges el libro. “Excusas para no pensar”, se llama, y la felicidad te respira a un palmo de la nuca.

    Tumbado en el colchón, luz prendida, libro entre manos, segundo párrafo del prólogo, ya presto a darle un puntapié a la paliza que aún dolía pues ocurrió que ya no pude continuar en paz. Continuar en paz no es una frasecita hueca, ni un blablablá dicho por decir, ni exageración alguna producto del cansancio o de la búsqueda desenfrenada del nirvana. Absoluto no. El objetivo en esa noche era uno perseguido por media humanidad. No es preciso explicarlo demasiado: cierta armonía, razonable sosiego, mediano silencio, en fin, eso que la gente suele llamar relax. Y de ningún modo lo alcancé.

    Bueno, pues olvídate del objetivo y céntrate en su contraparte, de modo que a partir de ahí el día a día cobró el perfil ñoño de una grisura como jamás antes, de una ansiedad que al diablo valerianas, pasifloras y demás pócimas proveedoras de quietud. Lo que empezó como dulce experiencia, es decir, como lectura prometedora, acabó en las fauces de la más agria realidad, ésa que me temía, que me chirriaba entre ceja y ceja. Y ya no pude recobrar quietud.

    Resulta que al neurótico que vive en mí le sumo ahora tamaña certeza: lo acompaña, en los confines de cuanto creí ser, una presencia de lo más extraña, inquietante por donde la mires. Si la voluntad y el yo eran lo que imaginaba, por lógica elemental y por sentido común rampante hoy todo ha cambiado. Como decía Ortega, yo soy yo y mis circunstancias, pero lo que soy yo y lo que son mis circunstancias acabó por ser algo así como ve tú a saber quién demonios eres, si acaso eres eso que aseguras, y a las circunstancias dejémoslas tal cual, que las pobres ni se enteran de la cosa, ni les interesa.

    Párrafo dos del prólogo, hachazo decapitador: “Los últimos experimentos neurocientíficos tienden a cuestionar lo que nos empeñamos en llamar decisiones conscientes, al enunciarnos que diez segundos antes de optar por una solución, las neuronas han decidido el tipo de resolución que vamos a tomar. Sin que nosotros lo sepamos”. Confieso que un frío glacial me recorrió hasta las pestañas. Nada menos, lo que siempre barrunté y lo que temí, lo que me hacía temblar de sólo imaginarlo: un tú que habita en tus profundidades junto al yo único que piensas que te constituye. Un riñón, pongo por caso, o la vesícula o la tiroides. El páncreas, una célula del intestino, las amígdalas o el esternocleidomastoideo. Los maniobran a placer, alguien vigila, mueve hilos. Y para remate unas neuronas, imagínate, unas neuronas, quién lo hubiera sospechado. El pavor crudo sin mínimo atenuante, eso es. Ya lo he dicho, ya el tufo me llegaba a rancio, es que hay un tú en tu interior que manipula.

    Cualquier neurona sabe antes de que tú lo sepas. Menudo coñazo en la nariz. Células resolutivas que te llevan diez segundos abisales en la lucha por el yo. Se cuenta y no se cree, el bicho que llevas dentro tritura al ser imaginario que estás seguro te define, que juras coge al toro de tu persona por los cuernos. En cuanto a mí, el pánico absoluto me engulló esa vez y aún no me escupe. Es que uno no puede leer en paz, ni estar en paz. Uno no puede.

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