NOCHE DE LLUVIA

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

 

He imaginado una fábrica de vidas. Ni el cine, ni la literatura, que si te pones a ver permiten llevar de un modo vicario otras existencias, le llegan por los tobillos a mi deseo.

Es un aparato que te deja construir experiencias, insertar recuerdos, producir el vértigo de aventuras en el mero centro del cerebro o donde diablos se alberguen tales sensaciones. ¿No sería de puta madre? Me imagino sumergido en aguas del Caribe y nado, y les rasco la nariz a tiburones, como lo hacen esos buzos que de sólo verlos en la tele te ponen los pelos de punta.  He dado por sentado que corono las cumbres del Everest sin botella de oxígeno, sin gente que venga a socorrerme, para envidia de exploradores, aventureros y otros buscadores de adrenalina, y que al llegar arriba el mundo celebra el paseíto. Sueño con meter nada menos que mi cabeza en las fauces enormes de un tigre de bengala mientras el circo se viene abajo: delirios incontrolables de tantas damas con las carnes en su punto.

Digo esto y me llega a la memoria un pedazo de canción –La del pirata cojo. Joaquín Sabina para más señas- en la que el muy cabrón se ve a sí mismo en el pellejo de boxeadores en Detroit, de  fotógrafos, ufffff, en Playboy, de Al Capone en Chicago, de viejo verde en Sodoma, y así. Con mi máquina, señor Sabina, le cuento que bastaría mover la palanquita a on, pulsar aquí y allá y ahí lo tendría, su anhelo, mi anhelo, nuestro anhelo en la palma de la mano. Imagina las historias que me monto sin ese parapeto, y ahora imagínalas con aparato a tiempo completo: crear el cuento de cabo a rabo, afinar detalles, ponerle siempre final feliz con chica guapa y cerveza a toda pasta. De puta madre, es que tiene que ser de puta madre.  Entonces los recuerdos, afincar la nostalgia en esas recreaciones cuyo límite va a ser tu capacidad de ensoñación para luego otra vez darle a la tecla, oprimir el botón run y allá voy, muérete de envidia, de rabia o lo que se te ocurra.

Inventar vidas con punto de fuga en la mía. Eso. Inventar oleaje que atraviesa la epidermis y semejante marejada estrellarla contra playa y rocas en la bahía de aguas retorcidas que da forma a cada una de mis ganas. Un moderno Frankenstein pero con destino vip, el non plus ultra de eso que dieron en llamar placer, todo al módico precio de un click, de un cierre de ojos dispuesto a procurar escenas, expediciones, viajes, encuentros amorosos, erotismo como nunca, vientres, piernas, medias hasta los muslos, sudores y jadeos. Una fábrica de vidas que mi máquina hace posible sin preguntas ni reproches. La experiencia desde tu habitación incorporada al nódulo clave de sentires, memorias, pasiones y las más profundas cavernas, recovecos, humedales, fantasías. Di tú.

Repito, repito, otra vez repito, he imaginado una fábrica para la que cuento con esta máquina capaz de propiciar sístoles y diástoles a reventar. Un manojo de cables, bobinas y chips que hará las delicias de Sabina, claro, aparte de las mías. Una máquina que humilla a su prima hermana, la del tiempo -qué H.G. Wells ni qué ocho cuartos-. Una máquina que te regala el corte y pega existencial al más puro estilo de tu salivación. Es que la pienso y me gotea el colmillo, puesto a punto a la hora de embarcarme en el tren de saberme navegante en otras pieles y poseedor de otros latidos sin a la vez salir de esto que soy. De puta madre, vaya que de puta madre, vuelvo y digo.

 

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