AMIGOS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Conocí a Alirio Pérez Lo Presti hace una punta de años. Desde entonces, la amistad ha sido una presencia que sabemos al alcance de la mano. No sé tú, pero en cuanto a mí, los amigos andan esparcidos por el mundo y qué más da, los sabemos, los intuimos, nos llena su presencia a cualquier hora y eso basta para darle carnadura desde ya al hecho feliz del próximo encuentro, aquí o allá o donde dispongan los hados.

    Decía Borges que la amistad no necesita de la frecuencia porque, a diferencia del amor, no caben en ella dudas, ansiedades y demás cuestiones por el estilo. Vaya si tenía razón el argentino. La amistad, una vez que se despliega por donde le venga en gana, crea en ti la certeza de que no volará en pedazos gracias a geografías, relojes o almanaques, así que tienes un amigo, lo ves cada tres o cuatro años y cuando por fin coinciden en el bar de alguna esquina, en tu casa o la de él o charlan media hora vete a saber en qué plaza o calle o aeropuerto, pues nada, vives el asunto con la impresión de que la última velada ocurrió el lunes pasado.

    Con Alirio me pasa lo que con los escritores y sus libros, es decir, mantengo diálogo constante a través de lo que escribe. Mi amigo Alirio Pérez Lo Presti es un hojalatero de la palabra que entre página y página deja colar guiños, perfomances y formas de entender el mundo que suelo atrapar en el aire y responder ipso facto, ahí mismo, sentado en el sofá de mi sala que es atalaya perfecta para echarme en brazos de asuntos como éste. A veces los diálogos guardan bastantes coincidencias mutuas y en ocasiones dan pie para debates de lo más cojonudos, polvaredas que para qué te cuento, divertidos por donde metas el ojo.

    Mi buen amigo, un hedonista al mejor estilo de los griegos antiguos, aprecia vinos, puros, viajes, libros con una sabiduría que raya en lo asombroso -no exagero un ápice- y es capaz de disertar medio día acerca de la historia del tabaco en América, el papel del saxo en las orquestas de jazz contemporáneo o las implicaciones del psicoanálisis freudiano a propósito de la realidad política latinoamericana. De ahí que cuando le llevo la contraria -no lo niego, un poco por joder- enciendo a máxima potencia el ventilador de ideas, opiniones y argumentos que termina o por convencerme  del todo, sin protesta y sin reparo en relación con lo que dice, o por espantarme sin chance de regreso debido a semejantes andanadas. Contundencia de cabo a rabo.

    Creo en los amigos porque tengo algunos que sustentan tal verdad con creces. Alirio por supuesto es uno de ellos y, desterrado en Santiago de Chile -ya caeremos por esos lugarejos así que guarda una botella y mucho hielo- ha resultado de los psiquiatras con los que ese país ganó de calle. Imagino su trabajo, sus talentos y su entrega a un Chile que lo recibió como suyo y sin dudas el producto es oro puro. Pero decía arriba que creo en los amigos mientras sirven estas líneas para dar cuenta de una verdad a veces disminuida. Conozco gente que perdió la fe hace años, sé de personajes incapaces de llevar a los amigos más allá de la otra cuadra, cosa que demuestra cierta realidad que mi abuelita repetía como se repiten los mantras: hay de todo, hay de todo, sí, y no te queda otra que elegir, ubicarte, tomar partido, construir lo que supones o imaginas con antelación.

    Que los amigos brillen por su presencia es un hecho para celebrar. Alzo mi cerveza y brindo por la fortuna de conversas, parrandas, combates en mitad de la calle y tantas aventuras sobre las olas de los días. En fin, la amistad al rojo vivo mientras haya quienes la cultiven. Y enhorabuena.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here