LAS HISTORIAS DE WALDO, MI PRIMO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Waldo, un primo a quien no veo hace mucho, escribe cuentos inconclusos. En este mundo cada vez más homogéneo, sostiene que el no final es una forma de resistencia, de modo que el único signo de puntuación jamás utilizado es el punto y se acabó.

    Escribir cuentos inconclusos tiene su chiste, no te creas. Un cuento sin el desenlace que da por terminada la cuestión exige mucho más que el más logrado relato, pongo por caso. Cuando un cuento redondo, una esfera lisa y pulida por donde la mires aparece y cobra carnadura a medida que avanzas leyendo el manojo de papeles, estás ante la perfección. Pero si te embolsillas un escrito inconcluso, rozarás el milagro. Que lo diga Waldo.

    La otra vez me dio una de sus joyas y quedé patidifuá. Yo, que en el pasado tuve pretensiones parecidas, yo, que en alguna ocasión me atreví a rasguñar la página en blanco con la idea entre ceja y ceja de otorgarle cierta vida literaria, sentí el golpe seco en la nariz. Tenía razón Cortázar: el cuento gana por knockout, caso contrario se transforma en fiasco. Caí tendido largo a largo.

    Un cuento inconcluso, recuerdo que sostuvo el primo Waldo, tiene doble ventaja porque por un lado evita la hechura de finales inmóviles y por otro interrumpe toda acción cuando la tensión en lo que cuentas llega a cotas casi insoportables para el ingenuo lector -claro, quien escriba debe ser suficientemente brujo como para eso-. Supongo ya mismo que has fruncido el ceño y te has preguntado qué diablos son los finales inmóviles -si no te da pereza anda, vuelve a las dos primeras líneas de este párrafo-. Pues bien, un final inmóvil es ese que por lo general te envuelve de cabo a rabo como si fueses un pan embutido en su funda, es decir, sales del horno cocinado, listo, oloroso, y el empaque da por sentado lo que eres: un pan francés o uno dulce, integral o con frutas, con pizca de sal, equis porcentaje de grasa y el punto añadido de vitaminas que tanta falta hacen. Y hasta ahí.

    Como ves, no colocar el punto final se las trae. Yo lo he intentado varias veces con resultados de parapeto sin sentido. Lo practico, sigo en ello, busco de cualquier forma meter el dedo en la llaga pero hasta ahora nada más que f de fracaso. Un cuento inconcluso es la tesitura rebelde en su máxima expresión, asunto que vuela por los aires incluso a los bien intencionados profesores, a la academia y sus alrededores, que repiten hasta el cansancio las señas básicas de todo cuento que se respete: inicio, nudo y desenlace. ¿Desenlace?, el bueno de mi primo patea con gusto semejante predicamento, creo yo que con más razón que yerro si consideramos los resultados de su obra. Hace poco publicó su último libro, lleno de relatos sin final y fíjate el éxito que tuvo. En fin, insisto, insisto, insisto. Algún día daré en el clavo.

    Por lo pronto, si no conoces las historias de Waldo busca alguna en la red. De que no tienen pérdida no tienen pérdida, así que valen la pena y la molestia. La esquina de la memoria, El lago infinito, El jardín de los espejos, te cogerán por el cuello y

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