OBJETOS MISTERIOSOS

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Ciertos objetos siempre me parecieron misteriosos. Misterio, en fin, como realidad muy lejos del mundo cuadriculado en el que nos movemos.

    Objetos raros, enigmáticos por donde los mires, pululan a sus anchas sin dar muestras de lo contrario. Véase una lavadora, un escaparate, cualquier mesa de noche. Chapotear aquí y ahora supone hacer vida diaria en la más absoluta de las normalidades, asumiendo por normalidad el consenso que todos suscribimos a propósito de lo aceptable. No es el caso que traigo a colación.

    Lo cierto es que nada hay más misterioso -tomemos un objeto de los tres dados arriba como ejemplo- que mi mesa de noche. Sus abismos son el vientre de la ballena, Moby Dick en plena habitación a punto de engullir cuanta cosa intento guardar allá adentro. Surge entonces la pregunta obvia, esa que carece de respuesta y gracias a la cual cada noche, al apagar la lamparita que descansa sobre ella, un estado de inquietud termina por tragarme. ¿Adónde van a parar la caja de fósforos, el cortaúñas, los lentes de contacto o el bolígrafo? ¿En qué espacio lejano e indeterminado con seguridad salen a flote?, me lo pregunto a cada rato, lo pienso hasta rebanarme las meninges, y ve tú a saber cómo diablos responder al enigma.

   Mi mesa de noche carga sin la menor duda todas las culpas de extravíos, quebraderos de cabeza y búsquedas sin fin. En la hondonada que implican sus gavetas arrojo esto o aquello con la seguridad de que al necesitarlos estén todavía ahí, asunto que incumple semejante directriz dejándome abatido, aturdido, patidifuá por todos los costados. Ni el plesiosaurio del Lago Ness, ni Piegrande o el Yeti, ni los marcianos ni cualquier fantasma, nada es equiparable con mi mesa de noche.

    El otro día me detuve a contemplarla unos minutos y juro por todos los dioses que casi despellejé la incógnita. Creí por momentos ver la luz, dar por fin con el universo paralelo en el que deambula la corte de objetos engullidos pero no, por supuesto que no. Sin embargo ahí está, en ella confío a pesar de los pesares y por eso dejo aún llaves, frascos de jarabes, el reloj, el estuche para los lentes, las cajas de pastillas y libros, folletos o celulares sin apostar por pérdidas que a veces saltan como conejos, dicen presente, machacan lógicas variopintas y cualquier intento por recuperarlas.

    No negarás que es un enigma. Como el de los escaparates, como el de la lavadora, pero esa es otra historia. Las corrientes marinas de una mesa de noche, pongo por caso, ¿será que drenan en el océano de los objetos perdidos? ¿En él viven de lo más contentos un tubo de crema para los callos o una libreta de anotaciones? ¿Un pañuelo y algún billete doblado? Arrugo la frente y reflexiono y la cuestión me arranca el sueño, me tira de cabeza en el insomnio.

    Total, que mi objeto misterioso por antonomasia hace de las suyas cuando le da la gana y qué te puedo decir. Alguna vez pensé arrancar de cuajo el problema, es decir, poner a mi mesa de noche de patitas en la calle, fuera de la habitación, pero sopesé mejor los pro y los contras y qué va, siempre es un alivio tener al lado ese lugar donde dejar el vaso de agua, la pequeña lámpara, la foto de la mujer y los hijos, el celular mientras duermes, el libro en turno o el medicamento para la próstata. Por eso continúo en mis trece. Hurgo, escudriño, averiguo. Ya llegará el día, ya le doblaré el cuello, tenlo por seguro, al acertijo de mis objetos misteriosos.

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