FILOSOFÍA DE AQUELLA MOSCA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    El otro día les comentaba que con los años mi desprecio por el ruido no ha conocido freno. Y cuando digo ruido hablo del chirrido que cubre al mundo con sólo poner un pie en la calle. Ejemplo número uno: caminas por la acera tan campante, plaf plaf plaf, tomas un taxi y el musicólogo que va al volante obsequia reguetón a toda leche. Ejemplo número dos: avanzas por otra acera, entras al bar de costumbre y a dos palmos de tu mesa cuatro filósofos de Nescafé arreglan el universo entre alaridos, detonaciones guturales y bramidos a lo Tarzán llamando a chita, colgado de aquella liana. No me jodan.

    Entonces busco con desesperación la huida expedita, es decir, algún camino zen, cierta ruta mística, el nirvana o lo que sea a prueba de sicarios del vivir en paz o contra -créeme que existe- la Organización de Practicantes y Amigos del Grito Pelado, sede Quito, OPAGP para más señas. Que se jodan. Pero nada de esto funciona y deja el asunto de lo más molesto, vivito y engordando. Busco, indago, hurgo en todos los rincones, pido ayuda a Jos Demon, hombre tranquilo, amigo entrañable que guarda paciencia de chino preso en medio del napalm o de reguetoneros panga panga y demás especies de idéntica calaña. Pero tampoco. Calma chicha, paz sepulcral, quietud a rajatabla es cuanto pretendo. Y como ves, nada de nada.

    Tú dirás que soy un exagerado de cojones. Que un amargadete así lo que requiere es lexotanil entremezclado con prozac y passiflora, todo en un frasco de relacalm, todo bien batido y para el buche. Lo probé y aquí me ves, tranquilo como Camilo pero con ánimo de coger el kalashnikoff y tatatatatatatata, acabar la cuestión modo Clint Eastwood en El jinete pálido

    Así es. Y como a la larga resulta mejor tomar al toro de los impulsos por los cuernos, hablé de seguidas con Aleido Papadopoulos, psiquiatra de los buenos, el mejor para decirlo como es debido, y aquí ando ahora respirando, respirando, todo un maestro en el arte de la respiración ventral, pectoral o como se diga y mira tú, ocurre que me asfixia tanto oxígeno en las venas, en la vesícula o en los pulgares, por lo que basta, hasta aquí, porque la cura va a ser peor que la enfermedad. Tú me entiendes, Méndez.

    Tengo un amigo que sentencia a rajatabla: “toda problemática tiene su solucionática”, de modo que sigo en mis trece. Hasta que el mes pasado, sin esfuerzo alguno, sin  buscarlo de  forma consciente di en el clavo. Y ahora estoy cerca, veo la luz, me aproximo al orden en el caos. Escribo esta página y cuando voy por la mitad una mosca se posa sobre mi lámpara. Está ahí, me observa, se frota las patas, me inquiere, me ausculta, me interpela. Dejo lápiz y papel a un lado, me rasco la cabeza, pienso.

    Es mucho lo que aprendo con esta amiga que me cae del cielo. Si fuera humana sería monja tibetana, ermitaña en el Himalaya o cosa parecida, digo yo, pero no, viéndolo bien claro que no. Si fuera bicho humano se posaría -perdón, caminaría- por las aceras de este mundo llena de calma y autosuficiencia, emergiendo impávida de alguna explosión como Rambo o Schwarzeneger entre humareda y vidrios rotos. Sin apenas despeinarse. Sin ningún rasguño.

    Retomo la escritura y saco mis conclusiones. Se desplaza sobre la lámpara y pienso qué estoicos ni qué lamas ni qué platones ni la madre que los parió. Una mosca es la diana de mis búsquedas, el blanco de todas las flechas que he lanzado. Mírala, pon de tu parte, haz el esfuerzo, sobre la lámpara o en el retrete o encima del mantel, es lo de menos. Llega como si nada, te clava los ojos, se frota las patas, da un pasito aquí y otro allá, para levantar después el vuelo, sabia y muy segura. Entonces observas un poco más, te acercas, notas el puntito negro que ha dejado. Qué lección te regala y dime tú si no, qué filosofía tan explosiva. Y contundente.

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